Los
errores del sistema educativo español
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Por Lexuri Olabarriaga Díaz en Educación
No hay duda de que el
sistema educativo actual hace agua por todas partes y no permite progresar
hacia una mejora de la calidad educativa, como ponen en evidencia los pobres
resultados obtenidos por los alumnos españoles año tras año en las pruebas de
evaluación internacionales como PISA. Ante estos resultados, muchos buscan vías
de escape para justificar los malos resultados achacando a la poca preparación
del profesorado, a la baja formación de los padres o incluso al aumento de la
inmigración. A pesar de que se intenten buscar excusas y se evite la
autocrítica lo cierto es que los malos resultados son consecuencia directa del
sistema educativo que diferentes gobiernos han ido amoldando a su gusto
confundiendo la educación con un negocio político. Pero, ¿cuáles son los
verdaderos motivos por los que nuestro sistema educativo no adquiere los mismos
resultados que otros sistemas como el anglosajón o el finlandés?
A pesar de los
esfuerzos realizados para mejorar la educación de los alumnos españoles, los
diferentes gobiernos han caído y siguen cayendo en el mismo error: se han
empeñado en transmitir conocimientos y han relegado a un segundo plano la transmisión de valores,
el sentido crítico,
el esfuerzo
y la enseñanza
participativa.
Nuestro sistema
educativo hace tiempo que dejó de lado favorecer el esfuerzo. Los diferentes
gobiernos trataron de afrontar el fracaso escolar de la peor manera posible:
con la progresiva rebaja del nivel de exigencia al alumno, como si se tratara
de adaptar la educación a las exigencias del alumno, cuando el sentido común
indica que debería ser al revés. La falacia de la igualdad en la enseñanza nos
ha llevado a disminuir el nivel educativo hasta el punto de que un alumno con
tres asignaturas suspendidas tiene derecho a pasar de curso originando así
alumnos en etapa universitaria incapaces de tener una conversación en inglés o
con dificultades para determinar en qué siglo vivieron los reyes católicos. La
culpa no es de ellos sino del poco esfuerzo que se les ha requerido en el
transcurso de su formación.
Decir que todos los
alumnos son iguales y que hay que disminuir el nivel para que los alumnos menos
inteligentes o los que provienen de familias con poco ambiente intelectual
puedan seguir el ritmo de los alumnos que provienen de familias con estudios
universitarios es un error que nos ha traído, entre otras cosas, estos pésimos
resultados educativos. Si para lograr la “igualdad” se baja el nivel, sólo
conseguiremos perder el tiempo y formar ciudadanos poco preparados. Exigiendo
poco para que no se note la diferencia hace parecer que, en vez de enseñar, el
objetivo principal es que nadie se quede atrás. Tratar de igualar a todos los alumnos,
haciendo que los más trabajadores e inteligentes no den de sí todo lo que
pueden, es cometer con ellos una gran injusticia y no beneficia a nadie.
Siendo severos con
los que más pueden aportar hace que tengamos buenos médicos, excelentes
abogados y grandes ingenieros. No es normal que haya más estudiantes de Derecho
en Madrid que en todo el Reino Unido. De poco nos sirve tener miles de jóvenes
que han obtenido un título universitario si luego no son capaces de obtener
buenos resultados en su oficio ni de competir con sus homólogos británicos o
alemanes. Más vale que cuando enfermemos nos atienda un buen médico y no un
joven que ha obtenido el título debido a que han bajado el nivel en aras de la
igualdad para que el muchacho no se sintiera discriminado. Bajar el nivel, no
exigir al que puede dar más de sí, no premiar el esfuerzo de quien tiene mayor
capacidad e intelecto, sólo nos puede llevar a una sociedad ignorante y poco
competitiva. Como dice Fernando Savater, “soy de la opinión, que no sé si compartirás,
de que cuando se trata a alguien como si fuera idiota es muy probable que si no
lo es, llegue muy pronto a serlo”.
La formación en
sentido crítico es además en la mayoría de casos, inexistente. La capacidad de
procesar el conocimiento y la inteligencia para llegar a la
posición más razonable y justificada sobre un tema ya no se enseña en las
escuelas ni en las universidades españolas. Como consecuencia de esto, los
alumnos, futuros maestros, jardineros o empresarios, no serán capaces de
percibir la realidad, encontrar por sí mejores alternativas, y serán fácilmente
manipulables. Un profesor de historia no debe sólo enseñar los hechos que
acontecieron en la II Guerra Mundial, sino también hacer del alumno un
aficionado a la lectura de libros de historia.
Por eso la escuela
también debe despertar en el alumno la curiosidad, el interés y la creatividad en el aprendizaje. Construyendo
habilidades de pensamiento y razonamiento en los alumnos, no sólo los
beneficiará a ellos, sino que será provechoso para toda la comunidad y la
sociedad en su conjunto.
En Finlandia, por
ejemplo, los profesores no sólo transmiten información, enseñan a pensar. La
tipología de las clases en Finlandia, lejos de convertirse en una clase
magistral fundamentalmente unidireccional como en España, se convierte en un debate abierto donde los profesores
fomentan mucho la participación. Los profesores finlandeses
trabajan mucho en grupo
con sus alumnos, buscando retroalimentación
de los mismos y realizando clases participativas,
donde el ambiente es relajado y
tolerante.
En el sistema
anglosajón, el método de los “concept
tests” está dando resultados muy favorables especialmente en la
etapa universitaria. Este sistema de enseñanza consiste en la previa
preparación de los manuales antes de la impartición de la clase, esto es, el
alumno ya ha leído el manual que se va a tratar en el aula por lo que el
profesor se dedicará tan sólo a explicarlo minuciosamente y a resolver dudas.
El profesor formulará una pregunta de nivel complejo a los alumnos, los cuales,
divididos en pequeños grupos, tratarán de buscar la respuesta correcta o
resolver el problema planteado. Este método tiene dos rasgos característicos:
por una parte, el profesor no pierde el tiempo leyendo el temario mientras los
alumnos, pasivos, escuchan algo que podían haberlo leído sin ayuda del
profesor; y por otra parte, al haber llevado el manual preparado a la clase,
los alumnos tomarán parte formulando preguntas, dudas, deseando ampliar
información y fomentarán el trabajo en grupo, promoviendo así, la enseñanza
participativa y logrando la interacción entre profesor y alumno tan demandada
en nuestra enseñanza.
Nuestro sistema de enseñanza, en cambio, es
vertical: el profesor da la clase explicando los contenidos de un libro que
muchas veces son bastante deficientes. El alumno, cuanto mejor sepa lo que pone
en el libro mejor nota sacará en el examen. En los colegios seguimos copiando
los errores del dictado, leyendo el libro de texto en voz alta, memorizando
datos que tras el examen se olvidarán y exigiendo que se sepan de memoria las
tablas de multiplicar. Como consecuencia, el alumno finalizará sus estudios con
un puñado de conocimientos y sin haber desarrollado su capacidad de pensamiento
crítico que tan favorable habría sido para su formación adulta.
Por último, la
inversión es uno de los errores más extendidos en la sociedad española. La idea
de que cuanto más dinero se destine a la educación, mejor será nuestro sistema
educativo es un error. La cantidad de dinero que en los últimos años se ha
invertido en educación nunca ha sido tan alta en España, nunca los alumnos han
tenido tantas horas lectivas ni han tenido a su disposición tanto material y,
sin embargo, nunca han terminado el bachillerato siendo tan ignorantes.
Las sucesivas leyes de Educación, desde la LODE
hasta la LOE, no han sabido dar solución a estos problemas, más
bien se han incrementado.
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