29 dic 2012


Establecer límites y a la vez Educar con Amor

En la difícil profesión de ser padres, educamos a los hijos teniendo como referencia la educación que nos dieron nuestros padres, asesorándonos en libros y, sobre todo, guiándonos por nuestras intuiciones. Y es que educar no es una tarea sencilla. Cuando nos encontramos con el recién nacido en brazos, ponemos en marcha todo un abanico de recursos y olvidamos, con frecuencia, otra necesidad importante para su desarrollo: la necesidad de autoridad y límites.

¿Por qué la necesidad de poner limites en la educación de los hijos?
La misma pregunta nos está dando una respuesta: porque estamos educando.
En muchas ocasiones tendemos a unir el concepto de “autoridad” con el de “autoritarismo”. Unos padres autoritarios valoran la obediencia incuestionable, no aceptando ningún tipo de comportamiento u opinión que contradiga lo que ellos consideran adecuado. Por el contrario, unos padres con autoridad ejercen un firme control cuando es necesario, pero explican su posición mientras respetan los intereses, las opiniones y la personalidad de sus hijos.
En realidad, el niño necesita sentirse libre y autónomo pero siempre dentro de unas ciertas reglas y unos límites.
Si los padres no pusieran ningún límite al comportamiento del niño, si cedieran ante todos sus deseos, estarían ofreciendo un modelo erróneo, y el hijo no aprendería qué puede y no puede hacer; cuándo puede y cuándo no. Estaríamos limitando su crecimiento personal y psicológico.  Al establecer reglas o límites estamos creando un entorno de seguridad necesario para el desarrollo integral del niño. Es dentro del núcleo familiar donde el niño empieza a aprender el cumplimiento de unas normas, de unas reglas que posteriormente se le van a exigir para su perfecta socialización. Al actuar de esta forma, evitamos la sobreprotección y fomentamos su autonomía. El niño necesita que sus padres le apoyen en su proceso de exploración, de satisfacción de sus deseos; pero también necesita que le ayuden a situarse de forma gradual en la realidad. Si le animamos a tomar la iniciativa en determinadas tareas, el niño irá aprendiendo, paulatinamente a asumir responsabilidades. Actuando así, los padres van creando un clima familiar que favorece la comunicación. Esto es muy importante en la niñez, pero es básico en la posterior adolescencia.

¿Y cómo establecer esos límites?

En primer lugar, debemos ser consecuentes. Todo límite puede llevar consigo cierta frustración, no sólo para el niño que tiene que aprender a respetar la norma, sino también para los padres. Si el adulto no tiene la firmeza suficiente para mantener la norma establecida, va a dificultar que el niño la acepte y la interiorice.
En segundo lugar, los padres deben ejercer el control combinando afecto, firmeza y seguridad. Si las figuras más importantes e influyentes para el niño, sus padres, le tratan con cariño, reconociendo sus derechos y sus deberes, se sentirá seguro. No debemos confundir el establecer límites, con imponer castigos o hacer descalificaciones personales. En ocasiones, esperamos a que el niño transgreda continuamente una norma respondiendo los padres a continuación de forma excitada. Los límites, para que funcionen, deben estar puestos a su debido tiempo.
Para que una norma sea aceptada por el niño, debe ser explicada de acuerdo a su desarrollo evolutivo y no debe ser modificada de forma arbitraria. Todos los padres saben cuándo deben flexibilizar y cuándo mantenerse firmes.
En definitiva, el establecimiento de unos límites en la educación es básico para el desarrollo social, personal y psicológico. El niño necesita sentir que sus padres le ofrecen seguridad y confianza, a la vez que le enseñan y ayudan a aceptar la realidad.

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